Por orden alfabético, Jorge Herralde

Para acabar mi intervención sobre el libro, me voy a referir a su muy elogiado epílogo, en el que Esther ejecuta un impávido striptease. Describe que, en su juventud, ella era la más enamoradiza de las criaturas, tan amante de los grandes gestos, cómo en los juegos del amor y el deseo fantaseaba y distorsionaba la escueta realidad, cómo literaturizaba la vida: tanto la propia como las ajenas. Y cómo, a partir de los cuarenta y pocos, dejó de verse como una heroína romántica a la que suceden cosas, así cómo de tomarse tan en serio a sí misma.

Y tras afirmar, con quieta desolación, "dejé de vivir historias y pasaron a sucederme simplemente cosas", acaba señalando la creciente conciencia de la más cierta e inverosímil de las verdades: que, antes o después, vamos a morir.